Corría el año de… para que miento, no sé en qué año estamos, ¿cómo saberlo si dejamos de hacer calendarios para ocuparnos en sobrevivir? Dejamos de contar los días, inclusive las horas, pues el protegernos era nuestra prioridad.

Mi nombre es Adán, soy de los pocos sobrevivientes de la humanidad. Vivo en un mundo postapocalíptico donde los recursos son escasos. La mayoría del territorio se volvió árido, por lo que ahora pasamos de ser sedentarios a nómadas. Hay una cosa que no ha cambiado; el peor enemigo para la humanidad seguimos siendo nosotros mismos. La lucha por quien obtiene más recursos es fatal. El agua está contaminada, sólo pocos de nosotros logramos crear un sistema inmune demasiado fuerte como para combatir los diminutos, pero grandes peligros de la naturaleza. Es evidente que ella ganó, la madre Tierra le ganó a la humanidad.

En todo momento me abunda la ansiedad. Si no estoy en este constante estado de alerta y miedo no podría narrarles mi historia, mis intrépidas aventuras. No sé si alguien llegue a leer este libro, pero quiero inspirar a mi descendencia. Lo único que ha logrado que siga con los pies hacía delante es el libro viejo que siempre cargo. Me lo encontré arrumbado en un edificio antiguo, lo tomé y cuando comencé a leerlo fue maravilloso. Al principio fue muy complicado. Jamás fui a la… ¿escuela le llaman? Al lugar donde van a aprender algo nuevo. La escritura o lectura no es algo que sea prioridad en estos momentos. Hace apenas unos días pensaba que los vampiros en realidad existían, pues me encontraba leyendo un libro de ficción. Por lo tanto, la fantasía para mí no era sólo un género literario, sino creía que era verdad, acontecimientos de un pasado que desconozco. Jamás había pensado que somos capaces de imaginar un futuro distinto a la realidad. Eso me motiva a creer que si algún día fuimos felices, podemos volver a serlo.

Gracias a la lectura aprendí a controlar el fuego. Me instalé en una cueva y fabriqué una forma para que nadie más lo hiciera, en el escrito le llaman trampas. Gracias a esto tenía luz y calor para poder estar tranquilamente. Incluso la trampa me servía para atrapar presas, ya qué caían leones, ciervos, o cualquier tipo de animal en esta sin poder salir.

Desde que tengo memoria me he encontrado solo. Mi padre me abandonó cuando era adolescente. Él me enseñó lo poco que sabía sobre la escritura, y lo perfeccioné con los libros que me encontraba. Él fue capturado por una tribu y me dijo que huyera, que corriera lejos. Le hice caso, desde ese momento no lo he vuelto a ver, de hecho, desde ese día no he vuelto a ver a otra persona.

Un día estaba dormido dentro de la cueva, lo que me atrevería a llamar hogar, cuando escuché un gran golpe. Salí de inmediato, pero con precaución y temor. En estos tiempos, la prevención define si vives o no. Alguien había caído en mi trampa, para mi sorpresa era un humano. Pero su cuerpo era diferente al mío. Por lo que había leído, y después comprendí, se trataba de una mujer. Su ropa era muy diferente a la mía. Parecida mucho a las ilustraciones que he visto referentes del pasado.

—Vengo en son de paz, ¡ayúdame! —me decía con las manos en alto y con su cuerpo temblando. Yo tenía la lanza lista para atacarla. Pensaba que era una fiera, que por fin tendría comida, pues mi estómago —como la mayor parte del tiempo—, se encontraba vacío.

—Puedo ser de gran ayuda, por favor no me hagas daño —replicó ella. Por una parte, mi mente me decía que no podía confiar en nadie. El hambre me decía que a pesar de su belleza, seguía siendo carne. Muy en el fondo, mi corazón me decía que no podía hacerle mal. Confié en mi instinto, le solté la liana para que subiera.

—¡Gracias! Mi nombre es Eva —me dijo una vez que estaba ya arriba conmigo, y me ofreció su mano acompañado de un abrazo, el cual me resultó muy extraño.